sábado, 26 de diciembre de 2009

la lavadora que nos parió (I)

(a nosotros, payasos)

Yo, al igual que un puñado de personas, nací en 1985. Esto significa que aquel verano de 1997, el año que Alex de la Iglesia publicó "Payasos en la lavadora", tenía 12 años. ¿Qué hacía yo con un catálogo del círculo de lectores en mis manos? Todo empezó dos años antes, durante el comienzo del curso.

Las monjas habían decidido de forma unilateral reordenar los grupos, de modo que un centenar de niños entre atemorizados y excitados esperaban en fila, por orden de apellido, para conocer a sus nuevos compañeros de clase. La nueva profesora dió la orden de entrar en el aula. Nervioso como estaba no pude contener un pensamiento acerca de rebaños de ovejas. Se me escapó por la boca, muy bajito, pero alguien lo escuchó. En ese momento, en esa cola, delante de mí, un hombrecillo alto y de orejas grandes al que el destino le había puesto un apellido parecido al mío se giró y me dijo "Creo que este va a ser el comienzo de una gran amistad". Había dado en el clavo.

Durante los dos años siguientes (y muchos más después) un grupo de preadolescentes chocamos una y ora vez contra una realidad que parecía sonreirnos desde lejos con una mueca socarrona. De esos violentos choques surgieron muchas de las magulladuras de nuestros cerebros. En esa realidad se mezclaban portadas de la revista Super Pop (la más comprada por las niñas) en las que Robbie Williams anuncia que la parte más erógena de su cuerpo son sus pezones... con anuncios de comida para gatos en las que los propios gatos parecen más felices que nosotros mismos. Ricos constructores salidos de la carcel para presidir equipos de fútbol, que tras presentar el programa de televisión en el que vi por primera vez unos pechos, decidieron fundar un partido político. Videojuegos en los que un conejo intenta resolver el misterio de la desaparición de un yeti. Interminables poemas de Becquer que debemos memorizar. Un más que pertinente debate sobre el aborto de la gallina. Presidentes del gobierno con bigote...

Tras dos años en batalla constante con un mundo que, a la postre, se nos hacía como mínimo bizarro, nos topamos con un ejemplar de un libro que moldearía nuestras mentes para siempre. La historia de Satrústegui, un poeta frustrado y esquizoide, que deambula por las calles de Bilbao durante las fiestas de la semana grande, sonámbulo, en un delirio paranoide provocado por las drogas... nos cautivó. Sentimos, nosotros imberbes, más cercana esta visión borrosa y confusa de la realidad que las noticias de Hilario Pino. "Payasos" se había convertido en nuestro Nuevo Testamento.